Alberto Barciela
- Hoy es mayo de Madrid. Goya se cruza con Velázquez, y parecen querer charlar en la esquina de FCN, en donde se reproducen las obras, ya sin el aura del Siglo de Oro, de tantos artistas de vanguardia. La masa alcanza lo excelso por apenas unos euros.
Por mayo, por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y le responde el ruiseñor (…). El Romancero anónimo se apodera de la memoria en Madrid, la ciudad de todas las primaveras, cosmopolita y risueña. Me he citado con Emilio Gil, la historia viva del diseño español, para hablar por hablar, como el Quijote, él, y Sancho, yo. Tratamos de emular a sabiendas de que Cervantes produjo el mejor diálogo de la Historia, irrepetible, tal como proclama Santiago Muñoz Machado en su libro sobre don Miguel, una obra casi susurrada, mejor que escrita – a la que algún duende de imprenta introduce erratas que lo hacen hasta divertida-, y que supone una sublime reiteración de datos y notas que alcanzan la saciedad académica, tal como insinúa Mario Vargas Llosa en un artículo. En el inconsciente suena, Naranjas de la China te voy a regalar. Todo bulle en olor a nardos, azahares trashumantes de la capital, y uno rememora el buen hacer de Andrés Trapiello.
Hoy es mayo de Madrid. Goya se cruza con Velázquez, y parecen querer charlar en la esquina de FCN, en donde se reproducen las obras, ya sin el aura del Siglo de Oro, de tantos artistas de vanguardia. La masa alcanza lo excelso por apenas unos euros.
Justo enfrente, en el balcón a ras de suelo de una terraza, un camarero hindú altera el gin tonic solicitado en agua con gas. No es un error, es una incomprensión. La vida del barrio de Salamanca parece trastocarse por un momento en una escena impropia de zarzuelas. En esta secuencia, que baila sola al ritmo de Bollywood una coreografía tramada de timos y apariencias. Las burbujas danzan entre aguas, la mineral y la del hielo, solo faltan la lluvia y el chotís escocés, como el whisky. Madrid es castiza, cosmopolita, mestiza.
Gana el gas. En una mesa mínima acabarán un agua casi en ebullición, con limón y hielo de la buena agua traída. La bebida conforma un todo. El cliente se sienta en una silla sin patrocinio. Hay que acomodar una tónica onomatopéyica, Schweppes, y una ginebra Bombay -lo único apropiado para la escena-, que se combinaran en un inelegante vaso de sidra, esta vez sin los necesarios hielo y limón. El camarero, asiático, enhebrado de sentires ajenos, sonríe sin motivo y exhibe desde su color de ciruela inmadura, con una cierta elegancia bengalí, postmoderna, sus exageradas manchas de mandilón cervecero, de los de grifo y tiraje, como le gusta a Isabel Díaz Ayuso. Yo también sonrío sin saber por qué, ella hoy no está. Veo llegar a Emilio Gil, fundador de Tau Diseño, con su altura, dispuesto a compartir y desenredar, con su verdad, una escena de carácter mundano, casi vodevilesca, acompañada en sus acotaciones de servilletero y mondadientes inelegantes e innecesarios.
También logré hacerme entender con el taxista búlgaro que me transportó, sin parar de hablar, hasta la conversación pendiente con el diseñador, en un suburbio de Serrano esquina Goya. Resultó ser un mecánico que desde hace 18 años disfruta con la sanidad española y se cura con el Real Madrid. Incrédulo le admiro como creyente, ha descubierto el Paraíso en España.
La Infanta Margarita me prestaría su pañuelo para enjugar las lágrimas de emoción, el sudor emanado en un taxi sin aire acondicionado, y saludar de paso al diseñador inspirado. El hindú sonríe y uno se acuerda de los portugueses y de Cristóbal Gabarrón, de gira mundial, con estación en Calcuta. Cinco siglos después, gracias a ellos, a los descolonizados británicos, gozamos de sirvientes cualificados y bien acogidos, y de colores increíbles como los que hace brotar el mago de Mula bajo la sombra de Gandhi. La India podría seguir ignota y ellos libres. Tengo morriña de mi aldea y apenas llevo unas horas en la capital. Quizás sea nostalgia de vacas, como la que seguramente venera el hindú y disfruta Cris antes de varar en el verano de su Beluso de Bueu. Saudade.
Es casi seguro que nuestro camarero desconoce que Jennie Jerome de ascendencia india, inventó el cóctel Manhattan mezclando whisky y vermut dulce. En 1874 se casó con Lord Randolph Churchill. Dejó Nueva York y se trasladó a Inglaterra. En ese país daría a luz inesperadamente en un baile. Su hijo fue Winston Churchill, que acabó siendo primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial.
De saber de tanta amalgama, Velázquez se encargaría de componer la escena y aportar luz. Otro Diego, Ribera, dijo del sevillano que, de haber vuelto a nacer, sería fotógrafo.
Emilio y yo, al fin, nos sentamos VIPS, en el balcón de la vida que da a una calle residencial y comercial reconvertida en un escenario. Nos acomodamos como podemos, su altura y mis desgloses grásicos no se ajustan a las medidas mínimas impuestas por los impuestos máximos a las terrazas. La economía es cruel con los cuerpos. Brindamos por nosotros mismos, por el camarero. ¿Qué pensarán él de nosotros? Es casi San Isidro y las corridas están a punto de empezar. Es Feria ya en Sevilla. La Cibeles y Neptuno permanecen prisioneros, por si deciden irse del ganchete a las Ventas o por si los aficionados del Atlético o del Real Madrid tuvieran que festejar esa misma noche una copa. Las de fútbol se lavan en el agua de las fuentes, se celebran en la pureza de los dioses antiguos, pagados de si mismos, paganos, paniaguados de una capital que se celebra en rotondas engalanadas, casi como las muchas de Fuenlabrada, en torno a las que las vacas de los coches giran su propia vida y en la que se proclama la publicidad que todo lo divulga.
Compartimos la escena. Creo que la comprendemos. Hemos venido a conversar, con intención libresca e interesada. Queremos sabernos, nos escogimos para divagar entre referencias diversas, contrapuestas en origen. Hemos sido puntuales. Como diría Gabriela Mistral, hay que ejercer la conversaduría, ese don de escucha y ese don de paciencia que humaniza al prójimo. Y hay que hacerlo con puntualidad.
Desde el estatismo de una terraza, como sentados en una butaca privilegiada del teatro de la vida, hemos ido discurriéndonos Emilio y yo con entusiasmo por algo que nace, con un cierto estilo. Se trataba de encontrar algunos pensamientos que nos permitan abrir pequeñas cerraduras – y con ellas puertas y ventanas- a perspectivas que pueden resultar de utilidad. Hambre de umbrales y de pasajes. Las ideas, afortunadas o no, han de fluir. A los dos nos gusta hablar: de nuestras dudas, de pasiones, de intrascendencias, de arte, de diseño, de la vida. De por qué una errata en un libro del Presidente de la Academia, puede, entre incongruencias gramaticales en su página 111 puede trasladar más adelante la muerte de Felipe II a hace apenas unos años. Parece una coña del coñac. Las monjas Trinitarias le perdonaran si se postra ante la tumba de Cervantes, uno de los tesoros ocultos del Madrid de la Letras, que inauguró Ana Botella. Es primavera incluso en el Jardín Botánico. Como sabe muy bien Darío Villanueva: La verdad la mató un ballestero, dele Dios mal galardón. El dinero puede regalar independencia, pero hierra en lo mucho, que es lo importante. Machado debe hacerse corregir en su excelencia, Madrid ha de disfrutarse en su magnanimidad.
Alberto Barciela
Periodista @albrtobarciela