Alberto Barciela.
El turismo ha representado las primeras invasiones pacíficas de la Historia. Hoy es una industria de paz, de cultura, de felicidad, uno de los principales motores de creación de riqueza y empleo en muchos países.
El sector turístico europeo es de base empresarial y resulta muy competitivo. Es el perfecto ejemplo de cómo construir una economía sometida a avatares muy concretos. La industria del viaje es muy sensible a las crisis: económicas -inflación, etc.-, pandemias, huelgas, contaminaciones, guerras, terrorismo, cambio climático, problemas medioambientales, catástrofes naturales, etc.-. En lo positivo goza de gran resiliencia, basada en la experiencia y en profesionales con objetivos bien definidos: desestacionalización, conectividad, formación de cuadros profesionales, etc., que trabajan desde hace décadas en la superación de problemas endémicos: masificación, gentrificación -efecto Venecia-, competencia ilegal y contra campañas como la turismofobia o el colapso puntual de fronteras y aeropuertos.
El sector aporta una transversalidad determinante en la modernización, que se transfiere a ámbitos como: agroindustria, transporte, construcción, seguros, tecnología, telecomunicaciones, publicidad, etc. Además, con sus impuestos, el turismo es uno de los contribuyentes netos principales al pago de los sistemas de bienestar: sanidad, educación, pensiones, infraestructuras, conservación del patrimonio arqueológico, museístico o arquitectónico. El apunte es oportuno y necesario, por cuanto puede suponer un referente que en los programas de las Elecciones Europeas del próximo junio. No es asunto baladí.
«La UE ha de contemplar un cambio de enfoque»
Hay que establecer planes bien elaborados, reproducir modelos de éxito, profesionalizar la administración turística, consolidar un portfolio de productos, legislar para proteger al viajero, el hábitat y las culturas locales, asegurar el transporte y ofrecer servicios de calidad, garantizar las inversiones, afrontar los retos de la Inteligencia Artificial… La UE ha de contemplar un cambio de enfoque y entender la oportunidad, sus posibilidades y responsabilidades, para establecer o someterse a reglas de juego claras y evitar errores reiterados en destinos masificados.
En muchos países está casi todo hecho -en ellos hay que gestionar el éxito-, en otros está casi todo por hacer, cada uno de ellos ha de hallar su modelo -las referencias esenciales están dentro de la propia UE-, han de proteger su marca e imagen privativa pero también la común en lo global. No importan tanto las ideologías que gobiernan en cada Estado, adquieren relevancia sí la toma de conciencia, el entendimiento y los consensos en lo esencial, la disposición positiva para relanzar las muchas posibilidades de crecimiento estratégico y ordenado.
«Es necesario profundizar en ejes comunes»
Cabe concluir que aun desde antes de 2015, y hasta la aparición de la pandemia de COVID-19, la Comisión ha revisado las prioridades del turismo en el marco de estrategias políticas más amplias. Sin embargo, dichas prioridades no se tradujeron en un plan de acción concreto que apoyase su ejecución. En un ejercicio de autocrítica, Europa ha de evidenciar las potencialidades de la industria turística, reconocer que es necesario profundizar en ejes comunes y quizás acabar por realizar, en colaboración con los 27 estados miembros, un Plan Estratégico del Turismo, reiteradamente demandado.
Hay que trabajar con mayor eficacia y todos juntos. Se necesita seguridad, estabilidad normativa, regulaciones coherentes, mano de obra cualificada para asegurar aún mayores inversiones privadas en un sector con funcionarios muy eficaces cuando se les da oportunidad de concluir los planes, y empresarios y profesionales dispuestos a asumir los nuevos retos con formación y entrega.
El sector del turismo vota en junio. No lo olviden.
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