Ida Vitale, cien años después de casi todo

por Redacción

Corta la vida o larga, todo / lo que vivimos se reduce / a un gris residuo en la memoria. / De los antiguos viajes quedan / las enigmáticas monedas / que pretenden valores falsos. / De la memoria sólo sube / un vago polvo y un perfume. / ¿Acaso sea la poesía?”. Y tú lo preguntas, Ida Vitale, tras cien años al albur de los días inspirados, de la creación elevada, de la música reconsiderada en palabras exactas. Tú, uruguaya universal, mujer cósmica, inteligencia sutil, delicadeza. Tú que eres voz, canto y musa reconvertida en bardo. Tú que nos has invitado a que nos “quedemos junto al pájaro humilde / que tiene nido entre la buganvilla / y de cerca vigila. Más allá sé que empieza lo sórdido, / la codicia, el estrago.” Tú, previsora, prudente, culta, supiste orientarnos en este desvarío, inspirarnos a labrar con nuestras propias mentes la tabla de salvación, antes del ocaso. Vida, ética, verbo, sabiduría, melodía reparadora. Y eso es lo que nos regalas en tus poemas esenciales.

En ti están: el amor, esa luz que se comparte para ser testigos de lo que se espera, de la gracia; la palabra, que denuncia el vértigo de la soledad, del exilio, que se convierte en refugio y en rumbo cierto, esperanzado al fin; la libertad, para construirse en el fuero interno, en la introspección, “la palabra rumiante en nuestro interior”, que solo se silencia ante la música; las imágenes, que abocetan pinturas y tienden puentes en cada brochazo sutil de la imaginación; una hoja, un libro, la inspiración, las ideas, la caligrafía, las frases, los trazos de esperanza, la reflexión, la razón y los sentimientos propios extendidos a los demás, el entendimiento de la otredad eficaz; la traducción del mensaje encriptado en las gotas de lluvia. Todo eso nos regalas en cada uno de tus versos, instantes eternos.

“La poesía -dices- es la intimidad que coincide con la intimidad de otros.” Y en ella bailamos, para deleite de lo tangible y conjuración ante lo incomprensible, ofrecemos la danza tribal por el júbilo de poder ser, de poder estar y por poder compartir.

Hemos de seguir leyendo, aprendiendo del viento fresco de tu creatividad, de tus “delirantes historias para náufragos” siderales, para desventurados y solos, para venturosos “al borde de uno mismo”, sin rebasar el abismo de los egos, de la codicia, de la tentación de las cosas. Tú, sin estridencias, nos propones la salvación: “La palabra infinito es infinita, / la palabra misterio es misteriosa. / Ambas son infinitas, misteriosas. / Sílaba a sílaba intentas convocarlas / sin que una luz anuncie su dominio, / una sombra señale a qué distancia de ellas/ está la opacidad en que te mueves. / Van a algún punto del resplandor y anidan, / cuando las dejas libres en el aire, / esperando que un ala inexplicable / te lleve hasta su vuelo. / ¿Es más que su sabor el gusto de la vida ?”. Y lo proclamas Tú que conoces la eternidad de la vida.

Entre biombos y papeles, deshojas la voluntad de la intuición, desvelas la intimidad de los numen. Cual enchicara encantadora desnudas la fantasía, la trasluces en belleza expresiva, en hallazgos felices, en cadencias hermosas. “En el aire estaba/ impreciso, tenue, el poema.” Y ahí has estado tú, atenta, para con tu cazamariposas, atrapar sin herir lo digno de ser transmutado.

“Sólo tendremos lo que hayamos dado”. Por eso yo te ofrezco, el elogio a tu fortuna, y te releo: “Por años, disfrutar del error / y de su enmienda, / haber podido hablar, caminar libre, / no existir mutilada, / no entrar o sí en iglesias, / leer, oír la música querida, / ser en la noche un ser como en el día. / No ser casada en un negocio, / medida en cabras, / sufrir gobierno de parientes / o legal lapidación. / No desfilar ya nunca / y no admitir palabras / que pongan en la sangre / limaduras de hierro. / Descubrir por ti misma / otro ser no previsto / en el puente de la mirada. / Ser humano y mujer, ni más ni menos.” Eso has sido, son tus palabras “airosas, aéreas, aireadas, ariadna…” la que te cuentan. Te deseo un siglo más de primaveras felices.

“Hermosa música, la palabra. / La que canta escrita en rama/ hecha papel de estraza,/ con el que envolver la vida monótona / que no se ora en poesía, Ida, / o en la prosa de Cervantes. // Cuando ya era tarde / para todo, menos para la esperanza / que tú entonas, que tú encarnas. / Palabra”. Lo escribí para tí en una día en que honraste al Premio Cervantes. Casi nada. Evitemos sí, como tú dices, “lo sórdido, / la codicia, el estrago”, quedemos junto a la buganvilla y a un pájaro humilde, y adoptemos la sonoridad sencilla, el ejemplo de tus poemas.

Alberto Barciela
Periodista

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