Alberto Barciela.
Córdoba es más. Mucho más de lo que un turista pueda desear. La respuesta está en la magia de una ciudad que hay que pasear con la serenidad del recorrido a pie o en el acompasado llevar de una calesa.
En tiempos de Abderramán III se convirtió en la metrópoli más poblada de Europa, disponía de mil seiscientas mezquitas, trescientas mil viviendas, ochenta mil tiendas e innumerables baños públicos.
En Córdoba se resume la gran historia de España y de Europa. El aire libre, desenmascarillado, caluroso, fragante, de la ciudad invita, en este mayo de feria, a la poesía, al arte, a valorarla en un momento que es renacer y que nos ha traído hasta la casi normalidad turística, que es tanto como la vital.
Abderramán III convirtió el lugar en el centro neurálgico de un nuevo imperio musulmán en Occidente. Durante su tiempo fue la más habitada, culta y opulenta urbe de Europa, rivalizando en poder, prestigio, esplendor y cultura con Bagdad y Constantinopla, las capitales del Califato abasí y el Imperio bizantino. La que fue la metrópoli más poblada de Europa disponían entonces de mil seiscientas mezquitas, trescientas mil viviendas, ochenta mil tiendas e innumerables baños públicos.
Ay Lorca, si tú supieras, si pudieras saber que Córdoba ya na está ni triste ni sola, que es una urbe que se ha hecho vanguardia sin renuncias, que representa un ejemplo vivo de sincretismo, un permanente discurso de conciliación culta, un diálogo respetuoso entre el pasado y el presente. Todo eso que tanto necesita nuestro convulso mundo global.
La que tuvo, retuvo. Córdoba, la ciudad joya, es parte de una orfebrería universal traducida en permanente diálogo con la historia, con la cultura, con el arte de vivir y, lo que es más importante, escenario privilegiado de convivencia entre ciudadanos y visitantes de todas las geografías, ideologías, religiones, clases o sexos. Es libertad, un lugar para vivir, disfrutar e invertir. Hoy, en su modernidad, es uno de los espacios urbanos más bellos y atractivos del mundo.
Me quitó el sombrero al cruzar el río por el puente romano, sobre el majestuoso Guadalquivir; ante el Cristo de los Faroles, al entrar en la mezquita catedral por el Patio de los Naranjos, al visitar a las vírgenes del alma, como la del Socorro; al zambullirme en calles como la del Pañuelo, con un fondo de rumor de agua y su nuevo hotel de ensueño; en plazas como las de la Calahorra, la Corredera, las Tendillas, del Potro, de los Capuchinos; en el barrio de la Judería; en cada uno de sus patios -tan bellos como el del Hotel El Conquistador-, entre rejas y balcones.
Córdoba es más, mucho más de lo que un turista pueda desear. La respuesta está en la magia de una ciudad que hay que pasear con la serenidad del recorrido a pie o en el acompasado llevar de una calesa. Es una urbe para admirar, para saborear con la lentitud de un espíritu dispuesto al disfrute, convocados por el embrujo de saberla real, acogedora, ribereña, serena y feliz, degustable en sus mil restaurantes, bares y tabernas, en sus terrazas, un museo paseable.
Córdoba es un lugar llamado tiempo, historia, presente, un espacio de futuro. La ciudad que más títulos patrimonio de la humanidad de la UNESCO alberga un mundo. Tengo ya un compromiso persistente con sus gentes, guapas y galantes, hospitalarias. Es un gran lujo, como toda esa España que nos espera en una nueva era de salud y convivencia.
*Esta artículo forma parte del proyecto Destino Europa
Alberto Barciela
Periodista Miembro de la Mesa del Turismo de España @albrtobarciela