Alberto Barciela.
Las soluciones no se improvisan. Cabe repentizar en momentos de urgencia, pero las crisis deben estar previstas para actuar con estrategia. Llega el invierno, también para la industria turística.
Hablar de profesionalidad en el sector del ocio, es debatir, clarificar, avanzar siempre en el marco del respeto y de los valores. Una agencia de viajes, un hotel o un restaurante
son empresas, con objetivos económicos, pero también con un afán de servicio al público, en el que la vocación se debe unir a la obligación. En esos compromisos está la fidelización de los clientes, de los turistas. Y en esa línea es en la que se ha de encontrar el futuro de una industria estable, la primera de España.
El competitivo turismo se consolida en venta de imagen y de servicios, en el posicionamiento de un destino de una oferta, de un transporte y de una estancia, de unas experiencias, en el aprovechamiento de una circunstancia temporal -un puente festivo o unas fiestas-, la venta de unas instalaciones congresuales o la propuesta de una estancia saludable en un balneario. Todo en alta mar o en la costa, en el interior o en una isla. Las ofertas se multiplican exponencialmente desde la oferta rural en la España vaciada a una vuelta al mundo en un crucero de lujo o un traslado en tren o autobús hasta un parque multiaventuras o el caminar a Santiago, esquiar en la alta montaña o comer en gran restaurante. Los medios de comunicación, y ahora las redes, se muestran como elementos decisivos para encontrar al cliente y ofrecerle en el momento oportuno la oferta ajustada a sus deseos y posibilidades económicas.
Con el turismo, la industria de la felicidad, hemos logrado reinventar la economía, al posicionarlo como el sector de mayor peso en el PIB, por encima incluso de la automoción. Si a ello añadimos su influencia sobre la industria agroalimentaria, el comercio, la cultura o la digitalización o la energía estaremos hablando de casi cuanto conforma la economía que crea puestos de trabajo, paga la educación y la sanidad, contribuye de manera decisiva a las prestaciones sociales o llena la hucha de las pensiones, o invierte en publicidad -asegurando la pervivencia y la labor de los medios-.
Y ha tenido que ser un virus el que ha trasladado todo eso a las páginas salmón de los periódicos, el que ha puesto en evidencia la deficiencia informativa sobre el valor del turismo como fuente de riqueza y empleo, más allá de lo que había significado hasta entonces cada compañía cotizada -todos conocíamos Renfe, Iberia, AENA, Viajes El Corte Inglés, Air Europa, Meliá, Balearia, etc.-, pero como ciudadanos e incluso como informadores no éramos conscientes del peso real del conjunto en la economía española y mundial. Es más, estoy convencido, de que en un mar de datos de estancias, gastos medios, visitas de extranjeros nos estuvimos y nos estamos quedando cortos, cuando no sometidos a estadísticas al menos cuestionables.
El turismo está llamado a protagonizar el futuro inmediato. Reflexionar acerca del destino de la primera industria nos compete a todos.
Alberto Barciela
Periodista
Miembro de la Mesa del Turismo de España
@AlbrtoBarciela