El turismo es la primera industria del país, de forma indirecta la que más empleo y riqueza crea; la que paga más impuestos con los que se mantiene esa desbordante infraestructura administrativa y buena parte del estado de bienestar; la que más influye en la proyección de la imagen del país; una de las más sensibles con el medio ambiente, con la cultura, la preservación del patrimonio y las tradiciones; la que fomenta la agroindustria, alcanza con sus beneficios a la España vaciada o consume energía. El país cuenta con empresas líderes mundiales en sus ámbitos: gestión de aeropuertos, ferias como FITUR, hotelería, congresos, formación. Se ha logrado retener la sede de la OMT en pugna con los países árabes.
España lo tiene todo bajo el sol. Atrae, atrapa, acoge y ofrece cuando un viajero pueda desear: seguridad -pública y sanitaria-, modelo de vida, costa, interior, islas, montaña, nieve, deporte, ocio, gastronomía, etc., además de contar con modernas redes de carreteras, alta velocidad ferroviaria, conexiones aéreas y marítimas excelentes, ciudades y monumentos patrimonio de la Humanidad, una red de Caminos de Santiago espectacular… La historia del turismo atraviesa nuestro país con nota alta, e incluso existe conciencia de lo que hay que mejorar: conectividad, desestacionalización, puntuales gentrificaciones, destinos maduros, digitalización, bajada de impuestos, control de pisos turísticos, agilización de trámites aeroportuarios, comercialización internacional, venta directa, coordinación interadministrativa, mano de obra y formación -singularmente en idiomas-; etc.
Asusta pensar que en torno al 15 % de nuestra facturación turística, estimo que más, queda en el extranjero, no solo en manos de empresas mayoristas imprescindibles, touroperadores que coayudaron a nuestro éxito, sino de otras muchas intermediaciones que funcionan a través de las redes y que cotizan ni se sabe en dónde, pero no en España.
La mayoría de los esfuerzos correctores nacen del sector privado. Perviven sí acciones de coordinación ejemplares público-privadas, en su proyección y administración, como los Caminos de Santiago, o gestiones públicas modélicas, como la de Málaga. Más lo cierto es que la burocracia impide responder con rapidez al éxito de un sector plenamente recuperado y que exige una ágil y permanente transformación. Se exigen repuestas ligadas a la economía circular, la cobertura de redes, la limpieza de ciudades, la mendicidad, los hurtos menores, el servicio de taxis, etc. Hay que optar por un turismo amable, no frustrante. A todo ello, hay que sumar una política clara en los viajes del INSERSO, necesaria en lo social y en lo económico, sobre todo en temporada baja.
El turismo vota. Es económicamente transversal, afecta a casi todo segmento económico. Con los impuestos que genera se pagan escuelas, centros médicos, servicios de seguridad y otros muchos privilegios de la sociedad de bienestar. Sin embargo se ha negado un PERTE específico, no le alcanzan las ayudas europeas con una mínima suficiencia. Siquiera ha merecido en los últimos años un ministerio propio o, al menos, una Secretaría de Estado dependiente del Presidente del Gobierno. Tampoco Europa goza de una dirección General específica.
El sector, la Mesa del Turismo, la CEOE, las asociaciones de Hostelería de España, la de Profesionales del Turismo, las de agencias, coches de alquiler, cruceros, campings, golf, etc. reclaman la consideración seria del segmento del viaje en los programas de los partidos políticos que concurren a las Elecciones del 23 de julio. El turismo vota, millones de profesionales y viajeros acudirán a las urnas.
Alberto Barciela
Periodista
Miembro de la Mesa del Turismo de España