Su hablar tronante y sus presentaciones fulgurantes se convirtieron no sólo en su firma sino en su forma desprejuiciada y sin complejos ni limitaciones de entender el cine y hasta la vida
Los más fieles cuentan que escribía a mano, nunca sobre el teclado de un ordenador. Y que lo hacía de un tirón. Sobre el escritorio, pensaba cada una de sus fulgurantes intervenciones y sin levantar el boli del papel era capaz de dar entrada a la publicidad, destrozar la última Palma de Oro o lamentarse de lo poco que cobraba con precisión, gracia y, sobre todo, estilo. Mucho estilo. La crítica cinematográfica (pues eso era) tenía en él a una especie de Cioran desengañado, de escultor de axiomas derrotados, donde el cine apenas era una excusa para todo lo demás. Y todo lo demás empezaba y acaba en él. Gasset se alimentaba de sí mismo, siempre tan seguro de cada una de sus inseguridades.