Ucrania, la guerra de todos

por Redacción

Alberto Barciela.

Hay que hacer una pausa, ligera. Hay que encontrar aire, buscar el impulso que nos permita analizar la pesadilla ucraniana y continuar la vida. Los días nos llevan como extraños pasajeros. Son cicerones torpes, cansinos, desacostumbrados ya a la bondad de otros tiempos. Nos acogen con naturalidad vírica y con guerra. Sobre todos pesa un aire espeso, como de sospecha de que el anunciado retorno a la normalidad se complica.

La guerra actual mata sin distancia, se instala en la palma de la mano, en el teléfono móvil, y demanda reacciones permanentes ante algo que nos afecta de lleno. No se trata de comprender el conflicto, imposible hacerlo en todos sus matices, injustificable en todo análisis y conclusión. No es ficción, es la realidad que se nos aproxima con crueldad, cada segundo, sin tregua. Y eso nos afecta.

La lucha está en las pantallas, en las imágenes aterradoras de muerte y heridas, de refugiados; en los edificios desportillados de ciudades que eran como las nuestras hasta hace tan solo unos días. Lejos del conflicto, la crisis está también en la sobrecarga psicológica y en los miedos personales, como lo está en las facturas de la electricidad y en la gasolinera, en los desaprovisionamientos de materias primas, en los cierres de empresas, en la evaluación de las pérdidas y sobrecostes para el turismo o la automoción, en los sobresaltos de las Bolsas, en la necesidad de reconducir presupuestos públicos hacia la solidaridad con los nuevos refugiados. La guerra está aquí y la sufrimos todos. Claro que sobrenada fraternidad, pero lo hace sobre impotencia; claro que existe admiración por lo que ayudan a cuantos huyen del conflicto, pero sabemos que esto va para años; claro que hay un consuelo en la solidaridad internacional, pero somos conscientes de que se necesitarán soluciones permanentes para un creciente número de refugiados. Tras la paz harán falta tiempo y mucho dinero.

La guerra nos ha cogido casi desprevenidos, cansados de una crisis de salud sin precedentes y, como es normal, nos asusta. Somos seres humanos, no robots.

Estos días, al observar las imágenes de las estaciones ucranianas, me acordé de lo que contaba el escritor norteamericano Julien Green sobre el avance de las tropas alemanas sobre Paris. Era junio de 1940, en su humano afán de huir de la capital del Sena, Sacha Guitry, actor, dramaturgo, escenógrafo, director de cine y guionista cinematográfico francés, de origen ruso, al llegar a la estación d´Orsay, encontró una multitud de parisinos que se apretujaban y daban empujones. – ¿No tienen vergüenza? -les gritó, y restauró el orden con tono autoritario. Después, para sorpresa e irritación de todos, se colocó con su equipaje a la cabeza de la fila. Como respuesta explicó: “Mi caso es distinto. Yo no tengo vergüenza, tengo miedo.”

Nuestro miedo ha de ser tan real que nos ha de permitir ser solidarios con los que más sufren, entender casi lo incomprensible, pero, sobre todo, adoptar soluciones para que conflictos evitables como los de Ucrania, Siria o Afganistán, o éxodos como el africano, no puedan repetirse, y ha de avergonzarnos como especie racional. Las mafias, lo terroristas, los dictadores, los antidemócratas, los desalmados que se han apropiado de una buena parte del mundo no pueden ganar una batalla en la que, aun no queriéndolo, nos han convertido en el enemigo. Es la guerra, la paz sería que las floristerías de Kiev pudiesen abrir esta primavera.

Alberto Barciela

Periodista
Director del V Congreso de Editores de Medios Europa-América Latina Caribe 2021 

@albrtobarciela

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