Alberto Barciela.
España transitaba por su propia modernidad, democrática, constitucional, libre, descentrada ya, socialista y descocada. Con el avance del país, la juventud había encontrado su caldo de cultivo para divertirse, para rebasar las barreras limitadoras por no se sabe muy bien qué resquicios morales de una nación que arrastraba recelos casi eternos, lutos y grietas sociales, crisis socioeconómicas, desigualdades, pero que había entendido con algo más humor que desatino la posibilidad de divertirse, de ir un poco más allá, de entender que casi diez años de Transición permitían algún desahogo.